REFLEXIONES
Para
entender la enfermedad del alcoholismo, hay que partir necesariamente de una
descripción, breve pero concisa, de lo que es un enfermo alcohólico y qué es un
alcohólico rehabilitado.
Un
enfermo alcohólico es aquella persona que ha desarrollado una necesidad de
beber alcohol, una dependencia a la sustancia, una adicción. No obstante, la
mayoría de estas personas manifiestan “que beben lo normal”, lo que todo el
mundo, y suelen negar dicha dependencia. De estos enfermos sólo un pequeño
porcentaje son diagnosticados clínicamente, y aún son muchos menos los que
inician y culminan con éxito una rehabilitación.
El
alcohólico rehabilitado es aquél que ha sufrido en primera persona la
enfermedad alcohólica, ha sido diagnosticado médicamente y puesto en
tratamiento, dejando la bebida irreversiblemente. Además, ha seguido un largo
tratamiento de rehabilitación que le ha permitido alcanzar no sólo la salud
física, también una fortaleza interna que le protegerá de recaídas, arraigada a
su propia convicción aprendida y desde un nuevo estado de plena consciencia. Ha
sido dado de Alta Médica y ejerce el control de su vida.
Aunque son
evidentes las diferencias, en la convivencia diaria no resulta raro que a un
enfermo alcohólico se le tolere la bebida, haciendo la vista gorda a sus
consumos, y paradójicamente sea la persona que reconoce abiertamente que es un
alcohólico rehabilitado el que suscite las desconfianzas, el menosprecio más o
menos encubierto de nuestra sociedad. Lisa y llanamente lo que conocemos como
doble moral, que en el ámbito del alcoholismo alcanza el grado de hipocresía
superlativa.
Esa
hipocresía superlativa debiera ser, desde mi punto de vista, el punto de
arranque, la base para abordar el problema del alcoholismo de forma diferente
en una sociedad como la nuestra, afectada por un gran número de enfermos,
número que se verá incrementado vertiginosamente debido al patrón de
comportamiento que han adoptado las generaciones jóvenes, que han llegado al
extremo de asociar los términos de marcha y diversión con el uso y abuso del
alcohol, poniendo de moda “el botellón”.
Llegado a
este punto, tengo la convicción de que es posible invertir las tendencias y
modificar las actitudes sociales utilizando la información y la divulgación
adecuada de las experiencias de los alcohólicos rehabilitados, propagando el
mensaje de la solución y de la esperanza.
Cuando la
persona está recorriendo el camino de la rehabilitación, entre las muchas ideas
que bullen por su cabeza una de ellas es el ferviente deseo de culminar con
éxito dicha rehabilitación, salir al mundo olvidándose del problema que ha
tenido, hacer borrón y cuenta nueva. Existe el anhelo latente de enterrar el
pasado como si nunca hubiera existido. Pasar página.
He dicho que la rehabilitación es
un camino, y lo subrayo, un recorrido largo donde se producen muchos cambios
aleatorios y sorprendentes; la persona experimenta muchísimas sensaciones y
emociones contradictorias. Al culminar la sanación, inevitablemente se han
producido cambios de comportamiento en el sujeto, cambio de opiniones e incluso
de pensamientos.
El
anterior deseo de pasar página se diluye y surgen las dudas: qué voy a hacer a
partir de ahora, seguir con mi vida como si nada hubiera ocurrido, o decido
involucrarme de lleno, hablando de mi experiencia, compartiéndola o
comunicándola.
El que
decide implicarse de una forma u otra en el tema del alcoholismo intentando
aportar cosas, está dando un gran paso hacia su sanación definitiva, sin
ambages. Está haciendo de su valentía en compartir su experiencia un potente
escudo para él, y sobre todo, un ejercicio de generosidad con sus semejantes. Es
el caso de nuestro Presidente de
Evidentemente
la decisión de tomar por un extremo u otro pertenece al terreno de lo más
íntimo del ser humano. Y el que decide olvidar y salir adelante ocultando su
pasado tiene todo el derecho. Es legítimo.
Soslayando
los dos extremos, existen posturas intermedias que se pueden adoptar, que los alcohólicos rehabilitados podemos
adoptar. Personalmente, yo considero que hace mucho bien, coloquialmente
hablando, tomar la determinación de “salir del armario”.
Para
muchos de nosotros no ha sido fácil, nos ha costado trabajo admitir, ante
ciertas circunstancias y personas, que somos alcohólicos rehabilitados. Os
puedo asegurar que después de dar este paso, te sientes mucho mejor. Es como
quitarse una carga de encima. Lo siguiente es: soy un alcohólico rehabilitado.. ¿ y qué?.
Ese
quitarse uno la máscara, reconocer su condición, es una postura consecuente con
uno mismo, que yo me atrevería a decir forma parte del proceso de
rehabilitación, y que tiene el extraordinario efecto de desarmar a la persona
que te escucha, desmoronando esas ideas erróneas y mojigatas que la sociedad
tiene, condenando a perpetuidad al enfermo alcohólico sin dar crédito a la
remisión de esta enfermedad, lo que nosotros llamamos rehabilitación.
No me
gusta escuchar tragedias personales, miserias humanas, hechos de lo más
desagradable asociados a la ingesta de alcohol, como si no fuera lo bastante
seria esta enfermedad como para achacarle también todos los comportamientos que
no nos gustan, porque son inherentes de
la naturaleza humana todo tipo de comportamientos, positivos y negativos, que
no necesariamente van ligados al
alcoholismo.
Sin
embargo sí quiero hablar del dolor producido por esta enfermedad, un dolor
alimentado por la falta de autoestima, un dolor que se sufre sin poderse medir.
Mi
experiencia personal me ha conducido a observar en la gran mayoría de hombres
que la merma de su autoestima se basa fundamentalmente en las pérdidas económicas
y laborales, seguido a bastante distancia por otro tipo de cuestiones
personales.
En cambio
la mujer, siempre hablando por regla general, pierde su autoestima por culpa
del papel sociocultural heredado a lo largo de las generaciones como esposa,
como madre, como cuidadora de su casa y su familia, convirtiéndose en una juez
implacable consigo misma, avergonzándose penosamente. Si a ésta circunstancia autoinculpatoria
que se apodera de la mujer le sumamos la doble moral social, que culpabiliza
más encarnizadamente al alcohólico-mujer, nos encontramos con un fermento de
negatividad que se instaura en la personalidad, una amalgama de emociones
erróneas y dolorosas muy difíciles de superar.
Pero se
supera. Se supera cuando tú misma te superas.
Porque
ese dolor engendra lo que yo visualizo como una metamorfosis del alcohólico
rehabilitado, de todos los alcohólicos rehabilitados sin distinción.
Esa
transformación del dolor anterior en un germen nuevo y alentador de
recuperación es la metamorfosis que resurge de la rehabilitación: un aprendizaje
adquirido, un equipaje humano más nuevo, libre de andrajos, un perdón íntimo
que supone el cierre de la herida y su curación definitiva; pero el perdón
hacia uno mismo, porque a nadie más hay que pedir perdón.
Al tiempo
que los sentidos recuperan su función, haciéndonos disfrutar plenamente de la
vida, es durante esa rehabilitación que desarrollamos las habilidades
necesarias para escoger lo que más nos importa o nos interesa, despojándonos de
los trajes viejos que ya no nos sirven.
Y todo esto
se consigue gracias a la labor importantísima de las Asociaciones de
Alcohólicos. Y si es una Asociación mixta, de hombres y mujeres, doy fe que se
supera con mucha más nota, porque el aprendizaje para todos es mucho mayor en
matices; se sorprende una misma verbalizando lo que lleva dentro, y notas que
el respeto mutuo crece, igual que crecen nuestros conocimientos respecto a la
enfermedad y las armas para vencerla.
Deseo
hacer mención a las Jornadas sobre alcoholismo femenino celebradas el 25 de
octubre de 2.008 en Sant Feliu de Llobregat,
Barcelona, donde un lujoso elenco de profesionales nos ilustraron
con sus conocimientos.
Me
resultaron gratamente esclarecedoras las conferencias de
Y digo
esto para destacar que ellas no se quedaron al margen, sentadas en un despacho.
Bajaron al ruedo, ese ruedo complicado que es la realidad del alcohol.
Me llamó
la atención que se habían implicado de tal modo con sus enfermos, que, aparte
de desarrollar un conocimiento inconmensurable sobre el alcoholismo, conectando
con la pura realidad, manifestaron que su labor les resultaba gratificante y
enriquecedora para su propia vida, hasta el punto que no recuerdo cuál de
ellas, en determinado momento, reconoció
públicamente que los mejores seres humanos que había conocido en su vida
también habían sido pacientes suyos.
Por
aquellos días saqué la conclusión de que los conocimientos académicos y universitarios
de los profesionales sólo son papel mojado y teoría retórica si no se
introducen de lleno entre los grupos afectados.
Para no
faltar a la verdad, debo añadir que actualmente ya son muchos los profesionales
que han avanzado hacia tratamientos integrales más modernos, y que
Pero
el enfermo alcohólico necesita más, muchísimo más.
Creo
firmemente que es dentro del asociacionismo donde se engendra la curación
definitiva de la enfermedad alcohólica; una labor insustituible para logar
anclar de nuevo al enfermo en la sociedad, sembrando las semillas que se
convertirán en su fortaleza, enfrentando y desechando miedos y culpas
innecesarias, haciendo del ejemplo la mejor terapia conocida para
cambiar actitudes y comportamientos, consiguiendo, en definitiva, la curación
física, mental, social e integral de las personas.
Nadie
discute hoy que el alcoholismo es un grave problema de salud y también social.
Pero abordar eficazmente esta enfermedad compleja implica cambiar radicalmente
las posturas anticuadas y los prejuicios sociales. Se debería dar prioridad,
además de ofrecer información al ciudadano más precisa y
necesaria, a la propagación de un mensaje de solución y esperanza.
También
explicar que los alcohólicos rehabilitados somos esos seres raros que no
probamos el alcohol porque hemos recobrado nuestra salud y queremos
conservarla. Que de nuestra experiencia hemos obtenido no solamente salud, sino
la fuerza, las ganas de vivir y la serenidad.
El
alcohólico rehabilitado es aquél, y así termino, que ha sufrido una
metamorfosis, convirtiéndose en el pleno dueño de su vida y de sus vuelos.
ENCARNACIÓN GONZÁLEZ